El lenguaje como herramienta de construcción del pensamiento ha permitido a la humanidad adquirir y transformar conocimientos. Se trata de una propiedad de los seres humanos que se especializa de acuerdo con el contexto.
En la academia y la investigación, el lenguaje académico se utiliza como un conjunto de expresiones escritas u orales para desempeñarse en el medio educativo formal; este tipo de lenguaje aporta unidad, claridad, coherencia y especificidad. En el capítulo La precisión en el lenguaje académico, Carlino (2005) resalta esta última característica: la especificidad, como precisión conceptual que sirve de sustrato básico para definir, diferenciar términos y construir cada vez mayores conocimientos.
En la formación universitaria, el estudiantado se integra paulatinamente a una comunidad discursiva que dialoga con otras disciplinas desde su propia área de formación. Con el lenguaje académico se manejan conceptos que permiten vislumbrar las maneras de “hablar” y de “escribir” según las disciplinas. Al referirnos a la escritura, la exigencia es mayor porque un texto escrito se orienta hacia el entendimiento por parte del destinatario o potencial lector. Además, el texto escrito requiere coherencia, la cual es el “tejido” de las ideas de forma lógica para lograr un todo unificado; en este entrecruce se va integrando el léxico como terminologías técnico-conceptuales.
Este lenguaje se adapta a sus destinatarios. Preparar un tema para exponer de forma oral o escrita involucra no solo recabar información y manejar terminología conceptual; también solicita explicarlo de forma legible. Dicho de otro modo, escribir lenguaje académico impele nombrar los conceptos, siempre y cuando se expliciten de forma clara para favorecer la comprensión de la perspectiva y los tópicos abordados.
Si la finalidad de usar lenguaje académico es insertarse paulatinamente en una comunidad discursiva de las disciplinas, la actividad de escribir forma parte de la producción y análisis de los textos requeridos para aprender en la universidad. Así, otra virtud de la precisión es la posibilidad de que el alumnado afiance un bagaje léxico conceptual desde el entrenamiento de su propia escritura. La actividad cognitiva en el aprendizaje requiere de lectura y estudio, algo notable en el ámbito escolar es que el dominio de conceptos se traduce en una escritura mucho más entendible para sus lectores.
La amplia comunidad de alguna área disciplinar nombra y define conceptos complejos y nuevos. En este tenor, la escritura de un texto académico, tal como un trabajo escolar en una asignatura, requiere el mismo ejercicio. Aunque se aborda un nivel micro, en igual sentido se explican los términos utilizados. Incluso, un texto sencillo y breve, que explicita conceptualmente, recapitula el esfuerzo realizado por alguna comunidad especializada. Desde un motivo epistémico, el conocimiento disciplinar, como proceso inacabado, se ha construido desde la reelaboración conceptual.
Referencia
Carlino, P. (2005). Escribir, leer, y aprender en la universidad. Una introducción a la alfabetización académica. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.