Hoy en día es sencillo encontrar a un infante o adolescente que odia leer, muchas veces como consecuencia de lecturas escolares obligatorias. Aunque existen casos en los que tal odio se convierte en amor, en otros no sucede. El cambio es posible si la lectura se acompaña en lugar de imponerse, si se utiliza la lectura intensiva y extensiva en función del estudiante y se consideran respetuosamente las necesidades del lector en ciernes.
Cuando yo era pequeña, odiaba leer. El simple hecho de abrir un libro me provocaba un aburrimiento terrible. Años después, tengo un librero con más de 200 libros y estudio una carrera relacionada con ellos. Recientemente, reflexioné sobre las razones por las que mi vida tomó un cambio tan drástico con respecto a la lectura y sobre cómo aquellos años en los que odiaba leer ahora me parecen impensables. Llegué a la conclusión de que un elemento crucial en la manera en la que me relacionaba con la lectura fue la escuela.
En la clase de español de la secundaria teníamos un libro asignado durante todo el año, pero nunca nadie nos preguntó si nos interesaba leerlo. De hecho, no teníamos idea del título, el autor o el tema hasta el primer día de clases cuando el libro aparecía como por arte de magia frente a nosotros. Dos horas a la semana estaban reservada para leerlo. No era un acto libre, sino obligatorio. Era necesario leer para escribir el reporte y posteriormente no reprobar el examen. La clase de lectura era intimidante, desesperante y llena de personas (incluyéndome a mí) que no teníamos el mínimo interés en la historia frente a nosotros. La lectura era una tarea, simple y llanamente. Hasta la fecha, no me gusta el libro que leí ese año.
La cuestión es la siguiente: si queremos que infantes y adolescentes se acerquen a la lectura, ¿qué estrategias podríamos utilizar?
Lo primero es reconocer que la lectura no se impone, se acompaña. No se trata de una relación en la que el libro está en un pedestal mientras que el lector o lectora se siente intimidado ante el conocimiento que contiene. La lectura se basa en la igualdad, en el entendimiento compartido que impulsa el intercambio de significados. Por ello, la forma más sencilla de hacer que alguien se acerque a la lectura no es simplemente diciéndole que lo haga, sino mostrándole cómo hacerlo. Una persona no aprende a nadar sin antes mostrarle la manera en la que debe hacerlo o cómo luce alguien que ya sabe nadar. Lo mismo ocurre con la lectura. El lector en ciernes necesita un modelo, un andamiaje en el qué ayudarse para comprender la lectura y motivarse a practicarla (Daniel Cassany, 2024, 1m 54s).
En general, hay dos maneras en las que puede establecerse un andamiaje: la lectura intensiva y la extensiva. Ambas se practican en el aula, pero la primera es guiada y controlada por un docente; se lleva a cabo mediante una interacción simultánea, se corrige en el momento y primero se explica el mensaje para luego comprenderlo. La segunda se basa en orientar al lector a explorar el texto por sí mismo; se valora su actitud y sus opiniones con respecto a él porque se inicia con una comprensión propia para luego dar paso a su interpretación. Por lo tanto, no hay una corrección, pero sí un desarrollo de la práctica y el hábito (Daniel Cassany, 2024, 3m 27s).
Tanto docentes como lectores veteranos que disfrutan de motivar la lectura deben cuestionarse si las lecturas forzadas son la mejor manera de convencer a alguien de leer. No es que un tipo de lectura sea mejor que otro, sino de cómo y con quiénes las implementamos, y de la forma en que preparamos al alumnado para acercarse a ella. Esto comienza desde la elección del libro.
Referencia
Cassany, D. [Daniel Cassany] (1 de febrero de 2024). 2 Mediar la lectura [Archivo de Video]. Youtube. https://www.youtube.com/watch?v=SrZB1k75oiI&list=PLUAbt7LZXq8TTz92BI6S-eHXZHED7Coui&index=2
Sobre la autora
Carolina Valencia Segura es estudiante de la Licenciatura en Letras Hispánicas del Tecnológico de Monterrey. Actualmente se desempeña como practicante del Centro de Escritura de su universidad.