Ser inclusivo no está en contra de ser correcto. A veces, en un afán por no dejar a nadie fuera, alteramos las normas académicas. Y es que, en un intento por incluir a todos rompemos el principio de economía lingüística (los profesores y las profesoras), cometemos errores de concordancia y simetría (los alumnos y alumnas), o inventamos normas ortográficas (amig@s, muchachxs).
En efecto, con sus plurales en masculino, el español parece dejar fuera, de manera autónoma, a los sujetos femeninos; sin embargo, la lengua –aunque viva– no tiene vida propia: son los usuarios quienes le dan un sentido a las palabras y es el uso, en todo caso, el que manda.
Es innegable que hay usos lingüísticos sexistas, por ejemplo, si digo que una mujer es pública, seguramente pocos pensarán que me estoy refiriendo a una persona con buena reputación; sin embargo, si digo que un hombre es público, muy posiblemente en el imaginario popular encontraremos a un varón que goza de gran prestigio social. Un caso más es el de los títulos académicos, si anuncio que la licenciado Elisa Pérez impartirá un curso, pocos pensarán que la estoy discriminando al llamarla “licenciado”: la manera más fácil de nulificar el desarrollo profesional o académico de una mujer es dejando su grado académico en masculino; hay que decir licenciada, ingeniera, arquitecta, doctora, enfermera… Caso aparte son profesiones como dentista o pianista, las cuales dependerán del artículo la o el para saber si nos referimos a una mujer o a un hombre.
Los problemas principales de aparente discriminación en español aparecen al pluralizar los sustantivos que se refieren a personas, pues muchos terminan en –os. Estas formas, como los alumnos, los niños, los jóvenes, se refieren a personas de ambos sexos. Si estamos muy preocupados por visibilizar a todos, entonces, en lugar de responder con formulaciones que pudieran llegar a estar cargadas de errores de concordancia (por querer resolver un problema, se provocan más), podemos emplear otras expresiones como el alumnado (los alumnos y las alumnas), el estudiantado (los y las estudiantes), el profesorado (los profesores y las profesoras), los infantes, la juventud… Cualquiera de las opciones anteriores son mucho mejores que emplear el signo @ o la letra X para tratar de ser inclusivos; las palabras con @ o con terminación –xs ni siquiera pueden leerse adecuadamente.
Ser inclusivos es un imperativo en la sociedad actual; también lo es buscar alternativas morfológicas (como la de las profesiones en masculino o femenino) o léxicas (como las del alumnado, estudiantado, profesorado…). O bien, convencernos de que la gramática es mucho más rígida que las normas y usos sociales y que, para modificarla, hay que empezar por emplear formas de expresión cuyo significado no nulifique o vitupere a las mujeres o a los grupos minoritarios.
NOTA. Esta entrada fue publicada en enero de 2015 en la columna “Letras… hasta en la sopa” del periódico Panorama de Campus Monterrey.